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Gordita Cachonda: Masturbación Salvaje Soñando con 4 Pollas Duras

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Ana, la gordita con curvas que desbordaban carne blanda, se tiró en la cama hecha un asco, sudando ya de puro vicio. Sus tetazas enormes, con pezones duros como piedras, rebotaban mientras se metía la mano bajo la falda sucia, palpando su coño gordo y empapado, chorreando jugos pegajosos por los muslos gruesos. "Joder, venid, putos", masculló, frotando el clítoris hinchado como una puta en celo, imaginando a los cuatro cabrones irrumpiendo para reventarla. El moreno fornido le arrancó la blusa de un tirón, clavándole los dientes en las ubres lechosas, chupando y mordiendo hasta que leche materna falsa le goteaba de las tetas. "¡Métemela ya, hijo de puta!", gimió Ana, hundiéndole tres dedos gordos en el chocho resbaladizo, follándose a sí misma con saña, el squelch húmedo llenando la habitación. El rubio bestia le escupió en la raja abierta, abriéndole las piernas rollizas como a una cerda, y le clavó su polla venosa hasta el fondo, rompiéndole el útero con embesti...

Generando nuevo contenido con IA

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Sofía va al ginecologo

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 Sofia se sentía nerviosa mientras esperaba su turno en la sala de espera. Era la primera vez que visitaba a ese ginecólogo, y aunque había escuchado cosas buenas sobre él, no podía evitar sentir un poco de ansiedad. Finalmente, la enfermera la llamó y la llevó a la sala de examen. El doctor la recibió con una sonrisa amable. Indicó a Sofía que se desvistiera y se colocara una bata de hospital. Mientras se desvestía, el doctor repasó su historial médico en la computadora. "¿Estás lista, Sofía?", preguntó el doctor mientras se acercaba a la camilla. "Listísima", respondió Sofía un poco nerviosa. "Tranquila, no hay nada de qué preocuparse", dijo el doctor, tratando de tranquilizarla. El doctor comenzó a palpar los senos de Sofía en busca de anomalías. Sofía sentía sus manos frías sobre su piel, lo que la hacía estremecerse un poco. "¿Alguna sensibilidad o dolor en los senos?", preguntó el doctor. El doctor luego le pidió que se levantara los brazos...

Mecado Pete

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La joven estaba agotada después de una noche de bailar en la discoteca hasta la madrugada. Se subió al Uber, con los pies doloridos y el maquillaje corrido. El conductor era un tipo joven y atractivo, con ojos verdes y cabello oscuro. —Llévame a mi casa, por favor —le dijo la chica con voz pastosa por el alcohol y el humo. El conductor asintió y arrancó el auto. Pero en lugar de tomar el camino directo, se desvió por un atajo que conducía a un descampado solitario. La joven se dio cuenta tarde, cuando ya era demasiado tarde para bajarse. Se asustó y comenzó a temblar. —Oye, ¿a dónde me llevas? No es por ahí —le reclamó con voz temblorosa. El conductor la miró por el retrovisor, con una sonrisa lujuriosa en los labios. —Relájate, nena. No pasa nada. Solo quiero que me des un incentivo extra por llevarte a casa. La joven no entendió a qué se refería hasta que él detuvo el auto en medio del descampado y se dio vuelta para mirarla directamente. Se había bajado la bragueta del pantalón, sac...

El trabajo de Lucia

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Lucía llevaba semanas buscando trabajo. Había enviado decenas de currículums sin éxito hasta que recibió un mensaje inesperado: una invitación a una entrevista en una de las empresas más prestigiosas del sector. No lo dudó, se arregló con esmero y se presentó puntualmente en el lujoso edificio de oficinas. El aire estaba impregnado de un perfume caro cuando cruzó la puerta de la oficina. Había esperado con ansias esta oportunidad, la promesa de un nuevo comienzo. Su atuendo era formal pero sutilmente favorecedor: una blusa blanca de seda que se ceñía a su figura y una falda lápiz que realzaba sus curvas. El asistente la guió hasta una imponente puerta de madera oscura. Tocó y, tras un instante de silencio, una voz grave dijo: —Adelante. Cuando la puerta se abrió, la luz tenue dibujó la silueta de su entrevistador. Alto, con una presencia que llenaba el espacio sin esfuerzo. Su mirada la recorrió despacio, como si saboreara cada detalle antes de invitarla a sentarse. —Señorita Lucía, ¿v...

El hipnotizador

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El hipnotizador estaba muy emocionado, no podía creer que finalmente había logrado hipnotizar a una mujer tan mayor como Susana. Con 50 años, era la mejor candidata para sus experimentos. Mientras la hipnotizaba, el hombre se acercaba lentamente a la cama donde ella estaba recostada, mirándola con lujuria. Susana estaba completamente bajo su control, obedeciendo cada orden que él le daba. El hipnotizador comenzó a tocar su cuerpo, acariciando suavemente sus piernas. "Desnúdate para mí, Susana", le ordenó el hombre. Susana asintió y comenzó a quitarse la ropa, exponiendo su cuerpo maduro ante la mirada hambrienta del hipnotizador. "Ahora recuéstate y abre las piernas, quiero ver tu coño", dijo el hombre con voz ronca de deseo. Susana hizo lo que le pedía, revelando su vulva completamente desnuda ante él. El hipnotizador no pudo evitar relamerse ante la vista de aquellos pliegues rosados y húmedos. "Métete los dedos en tu coño, Susana. Quiero ver cómo te masturba...

Aprovechandome de una embarazada desesperada

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Martín subió las escaleras de su edificio con la rutina pegada a los hombros. El día había sido largo y su única meta en ese momento era entrar a su departamento, quitarse los zapatos y dejarse caer en el sillón. Pero al doblar en el descanso del tercer piso, se encontró con una escena que lo detuvo en seco. Sentada en los escalones, con los brazos rodeando su vientre abultado y el rostro oculto entre las manos, estaba su vecina del segundo piso. Sollozaba en silencio, con los hombros temblando levemente. —¿Estás bien? —preguntó Martín, quitándose la mochila. Ella levantó la vista y se apresuró a secarse las lágrimas con la manga del suéter. Lo conocía de vista, se habían cruzado varias veces en el pasillo, en el ascensor cuando este funcionaba, pero nunca habían pasado de los saludos cordiales. —Perdón… No quise preocupar a nadie —dijo con la voz rasposa. —No tienes que disculparte —respondió él, bajando un escalón hasta quedar a su altura—. ¿Te pasó algo? Ella soltó una risa amarga y...